Los pies descalzos
las manitas frías.
Una tiza, unos trazos.
—"¡Niña!
¿No juegas a la rayuela?"
No, ella no juega.
Se acuna en el ragazo
de la madre dibujada
en el gélido suelo.
El miedo y la soledad
se alejan por un instante.
Y la dama fría,
la que nos lleva a todos,
se apiada y la arrulla
entre sus huesudos brazos.
La niña... sonríe.
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